No es el lugar, es un estado

En este artículo se busca plasmar en palabras el autoengaño en el que, a veces, caemos al creer que un lugar influye en nuestra vida, en cómo nos sentimos y en cómo proyectamos en él aquello que, en realidad, no sabemos encontrar dentro de nosotros. Así, trasladamos a un supuesto exterior la percepción de una carencia que, en verdad, no pertenece al entorno, sino a nosotros mismos.

El engaño del lugar percibido

Realmente, el lugar en el que estemos no es lo que determina nuestro bienestar, aunque pueda influir en cierta medida.

¿Por qué seguir engañándonos, insistiendo en buscar afuera lo que solo puede hallarse dentro? Ese lugar al que querrías ir no es más que un estado interno. Es como cuando intentas escapar de una situación, buscando alternativas a toda costa, deambulando de un lado a otro, chocando con cada barrera que encuentras. Primero intentas salir por un camino, luego por otro, pero en esencia nada cambia.

Un cambio de lugar puede dar una sensación inicial de renovación. Al principio, todo parece nuevo, fresco, lleno de energía. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa sensación se desvanece hasta desaparecer por completo. Entonces, regresas al mismo punto de partida del que intentaste escapar. Si no lo comprendes, buscas otra salida, otro lugar, otra novedad, repitiendo una y otra vez el mismo ciclo. Hasta que, quizá, un día tomas consciencia de ello y dejas de mirar hacia afuera, para por fin enfocarte en ti mismo.

Si ya lo sabes, ¿por qué sigues insistiendo en buscar algo externo cuando, en realidad, no existe en ningún sitio? Todo está en nuestro interior; ahí reside todo cuanto somos. No se trata de necesitar algo, sino de reconocer un estado en el que todo lo que conocemos a través del ego desaparece. En ese estado, no hay carencia ni vacío, porque es completo en sí mismo.

La repetición del ciclo en el trabajo y la vida

Con el trabajo ocurre exactamente lo mismo. Cuando el tiempo en un empleo se agota, buscas otro creyendo que todo será mejor. Te dices a ti mismo: «En este nuevo trabajo estaré mejor, ganaré más dinero». Sin embargo, al cambiar, pueden suceder varias cosas: que no sea como imaginaste, que las tareas sean distintas a lo que esperabas, que descubras que no es realmente lo que quieres hacer o que, simplemente, no te sientas satisfecho. En definitiva, es el juego del ego dentro de este mundo ilusorio, persiguiendo algo que no está, como un burro tras la zanahoria.

Despertar de la ilusión

Para vivir en un mundo más alineado con la realidad, el mundo mismo debería cambiar. Desde el momento en que empiezas a ver la ilusión, se desencadena un desequilibrio interno. Te encuentras atrapado entre dos realidades completamente opuestas: una basada en lo ilusorio y lo material, donde solo existen la necesidad y el miedo, y otra que es su contrario, en la que ninguna necesidad material o superficial rige tu existencia. En este estado no hay carencia, porque todo ya está en ti y no necesitas buscar nada fuera.

Para comprender estas palabras, es necesario habitar en ambos estados a la vez. Si una persona aún no ha llegado al punto de abrir los ojos a la ilusión, estas ideas carecen de sentido. Está tan inmersa en ella que la percibe como la única realidad posible. Despertar es un proceso individual.

Sin importar en qué estado te encuentres, el sufrimiento es inevitable, porque vivir en la ilusión implica contradicción. En el fondo, ya sabes que esto no encaja, que es imposible que lo haga.

Cuando comienzas a despertar, entras en conflicto con tus propias creencias. Es una lucha interna, una resistencia a aceptar que nada de lo que creías es real, que todo estaba basado en programaciones mentales y creencias.

Reflexión final

Simbólicamente, este fenómeno ocurre con el resto de las creencias que generamos en nosotros de forma autónoma y automática.

Al final, en cualquiera de sus versiones, todo persigue un único fin: cada experiencia está ahí para impulsarnos a despertar a nuestra propia verdad. Son como imágenes puestas ante nosotros para vivenciarlas y experimentarlas en uno mismo, pues esa es la única manera de poder trascenderlas.

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