Cada vez que percibimos un problema, en realidad se nos presenta una nueva oportunidad para tomar consciencia de su verdadera esencia y así despertar de nuestras propias creencias limitantes
Los problemas percibidos como oportunidades
Cada vez que enfrentas un problema que percibes como tal, en realidad, estás ante una nueva oportunidad para afrontarlo y trascenderlo. La clave está en comprender que el problema solo existe en función de tu percepción.
La percepción y tu forma de ver la realidad está ligada exclusivamente a tu propio sistema de creencias. No es algo externo, aleatorio o impuesto por otros. Lo sostienes dentro de ti, y por ello, no puedes culpar a terceros ni atribuirle una existencia independiente.
La raíz del problema reside en ti
Cuando surge un problema, tienes dos opciones:
- Dejarte arrastrar por él, repitiendo el mismo patrón una y otra vez.
- Tomar consciencia de que eres tú quien lo percibe y lo sostiene como un problema.
No se trata de enfocarte en el problema en sí, sino en reconocer que eres el creador de la interpretación que le das. Esto significa aceptar que el evento en cuestión no tiene un significado intrínseco, sino que tú le otorgas el sentido de «problema».
Solo hay dos caminos
Si analizas bien, toda la información siempre lleva a un solo punto, siempre es la misma, aunque se exprese de distintas formas:
- Puedes seguir perpetuando el problema y reviviéndolo cada vez que aparezca.
- O bien, erradicarlo transformando por completo la forma en que lo percibes provocando un giro total en su forma y apariencia.
Hacer este cambio requiere un acto consciente de voluntad y aceptación. No lo puedes entregar a otro para que lo gestione por ti, ni esperar soluciones externas. Aunque busques ayuda o métodos para cambiar, si no eres tú el que toma acción, por ti mismo, el problema persistirá y el cambio está de principio condenado a fracasar y persistir en el tiempo.
La resistencia al cambio y la postergación
Tomar la decisión de cambiar puede generar resistencia, ya que implica esfuerzo y dedicación. A menudo, priorizamos otras cosas y postergamos lo realmente importante.
Es como tener una avería en el coche y posponer su reparación día tras día. Al final, llegará un momento en el que, quieras o no, tendrás que atender el problema. En el caso del ser humano, esta carga puede acompañarte hasta el final de tus días, pero cuanto más la ignores, mayor será su peso con el paso del tiempo.